La Sangre contamina la Tierra
Por Rocío Delvalle Quevedo
Contaminación manifiesta
Por injusticias encubiertas.
Me arrepiento y soy consciente
Por mi responsabilidad evidente.”
Esta semana estudiamos la parashat Masei y este año en particular la estudiamos separada de la parashat Matot. Como en todas la parashot, en ésta podemos encontrar varios temas interesantes para estudiar, pero desde mi perspectiva de bióloga y magister en medio ambiente hubo uno que cautivó mi atención especialmente, la contaminación de la tierra.
En los versos 33 y 34 del capítulo 35 del libro de Números podemos encontrar esta declaración:
…וְלֹֽא־תַחֲנִ֣יפוּ אֶת־הָאָ֗רֶץ אֲשֶׁ֤ר אַתֶּם֙ בָּ֔הּ … וְלֹ֧א תְטַמֵּ֣א אֶת־הָאָ֗רֶץ אֲשֶׁ֤ר אַתֶּם֙ יֹשְׁבִ֣ים
Ve lo tajanifu et haaretz asher atem ba… Ve lo tetamé et-haaretz asher atem yoshvim…
Y no contaminarás la tierra donde estás… y no contaminarás la tierra en la cual habitas…
Es interesante que, si bien esta instrucción, no quedó compilada y enumerada en los 613 mandamientos de Maimónides, es muy explícita en su declaración y, de hecho, implica cumplir los mandamientos 412 y 413, como veremos más adelante (Blad, 2013). Por estar razón, quise estudiar y profundizar un poco más en el tema.
Como podemos ver, en el texto son dos palabras diferentes que han sido traducidas al español como “contaminarás”, “tajanifu” y “tetamé”. La primera viene de la raíz Janef – חָנֵף y es la palabra número 2610 del Strong y la segunda viene de la raíz Tamé – טָמֵא y es la palabra número 2930 del Strong. Igual que sucede con la palabra “contaminación” en español, que es un concepto que abarca múltiples escenarios en diferentes campos incluido el médico y el biológico; en hebreo, al hacer la concordancia de estas dos palabras también las podemos encontrar en múltiples contextos incluyendo temas de contaminación ritual y espiritual (sobre todo en el caso de la palabra Tamé). Más aun, si bien la palabra Janef solo aparece dos veces en la Torá (ambas en esta parashá) y 9 veces más en el resto de la Tanaj, por el contrario la palabra Tamé ¡la podemos encontrar 161 veces en toda la Tanaj, más de 100 veces en la Torá y 84 veces solo en el libro de Levítico!
Sin embargo, como se resalta en los versos citados de la parashá, esta vez nuestro interés está específicamente centrado en la contaminación de la Tierra, por lo que nos quisimos concentrar en estudiar las porciones en las cuáles éstas dos palabras aparecían ligadas a la palabra Eretz – אֶרֶץ (tierra – Strong 0776) y responder a estos dos interrogantes ¿Qué contamina la tierra? Y ¿Qué características o consecuencias tiene la contaminación de la tierra?
Nuestro estudio nos permitió encontrar que el derramamiento de sangre es uno de los factores más importantes que contamina la tierra en la Torá[Números 35:33-34; Salmos 106:38; Ezequiel 22:1-4, 6, 12]. Pero no solo el derramamiento de sangre y la muerte per se, sino la corrupción y la impunidad en cuanto al juicio sobre dichas muertes, que incluyen casos como: aceptar rescate por la vida de un condenado a muerte [Números 35:31], aceptar rescate para que un refugiado regrese a casa antes de la muerte del sumo sacerdote [Números 35:32], la impunidad de un asesinato [Deuteronomio 21:1-9] y dejar colgado en un madero toda la noche a un condenado [Deuteronomio 21:22-23]. Adicionalmente encontramos otros tres factores que según la Escritura contaminan la tierra, que de una u otra forma se encuentran muy relacionados: El Adulterio y la prostitución [Deuteronomio 24:1-4; Jeremías 3:1-2], la idolatría [Jeremías 2:7-8, 3:9; Ezequiel 22:1-4] y las relaciones sexuales ilícitas [Levítico 18:1-29; Ezequiel 22:10-11].
Por otro lado, encontramos que una consecuencia importante que se presenta cuando se contamina la tierra, es que esta “vomita” a sus habitantes, es decir, que son expulsados, dispersos entre las otras naciones [Levítico 18:28; Salmos 106:38-47; Ezequiel 36:19]. Además, la tierra se vuelve infértil o sus frutos no se pueden aprovechar [Jeremías 2:7] y sus “recursos naturales” no son suficientes al punto que se deben ir a buscar a otros lugares [Jeremías 2:18]. También se puede encontrar que la contaminación de la tierra provoca que se demoren las lluvias y los aguaceros [Jeremías 3:2-3; Ezequiel 22:24]. Finalmente, cuando la tierra es limpiada de sus contaminaciones vemos el efecto contrario: hay trigo en abundancia, se multiplican los frutos en los árboles y en los campos, la tierra puede ser cultivada, viene a ser como el huerto del Edén y sus habitantes no pasan hambre [Ezequiel 36:29-30, 34-36].
Algo que llamó nuestra atención, fue que parecía haber una conexión entre la contaminación de la tierra y la maldición de la tierra, por frases como “huerto del Edén” [Ezequiel 36:35] o “maldito es el que muere colgado en un madero, no lo dejarás colgado hasta el día siguiente, no contamines la tierra” [Deuteronomio 21:23]. Y pudimos evidenciar que las consecuencias de la maldición sobre la tierra eran semejantes a las de la contaminación de la misma: tener que sufrir dolor y sudar con esforzado trabajo para poder comer de ella y aun así cosechar espinos y cardos [Génesis 3:17-19], es decir, no obtener su fruto [Génesis 4:11-12]. Además, que el fruto mismo es maldecido [Deuteronomio 28:18], de manera que a pesar que se siembra mucha semilla el fruto no se logra aprovechar, porque se lo come la langosta, o el gusano, o solo se cae [Deuteronomio 28:38-40]. En cuanto a los causantes de dicha maldición, pudimos ver también algunas coincidencias como la idolatría [Deuteronomio 27:15], las relaciones sexuales ilícitas [Deuteronomio 27:20-23], el asesinato a traición o aceptar sobornos para matar al inocente [Deuteronomio 27:24-25].
Con este panorama de lo que contamina o maldice la tierra y sus consecuencias desde una perspectiva bíblica, quisimos comparar con lo que hoy en día la biología (ecología, física y química) dice al respecto de esta contaminación. Por un lado, Odum (1972) considera que la contaminación es un cambio perjudicial en las características físicoquímicas y/o biológicas de la tierra (en este caso), que puede afectar o afectará nocivamente la vida humana o de otras especies, los procesos industriales, las condiciones de vida y el acervo cultural, o que puede malgastar o deteriorar los recursos y materias primas.
Por su parte Erazo y Cárdenas (2013) lo presentan de una forma más simplificada, indicando que es un cambio negativo de las características químicas, físicas y biológicas en un ambiente o entorno. En cuanto a la contaminación específicamente del suelo, la atribuyen a sustancias químicas que afectan la composición química del mismo. Esto a raíz de actividades como la explotación minera por la lixiviación (eliminación o transporte de los nutrientes o minerales en el suelo por acción del agua) y bioacumulación de metales pesados, el uso excesivo de fertilizantes y el riego inapropiado.
Las consecuencias de dicha contaminación, desde esta perspectiva, son la disminución de la capacidad de aprovechamiento de las plantas de los nutrientes del suelo, incluidos el nitrógeno y el fósforo, acumulación de sales, drenajes insuficientes que aceleran la descomposición de materia orgánica, la disolución de nutrientes y la alteración del equilibrio térmico. Todo esto en conjunto conduce a la degradación de los suelos, que definen como la pérdida parcial o total de la productividad de los mismos. Que está directamente relacionado con la pérdida de la fertilidad y las condiciones para el ejercicio de la agricultura. Seguido consecutivamente de exceso de erosión y la desertificación. Y todo esto agravado por otras actividades como la ganadería excesiva y la acelerada expansión urbana (Erazo y Cárdenas, 2013).
Como podemos ver, las consecuencias de la contaminación vistas desde el punto de vista biológico, no son muy diferentes de las expresadas en la Escritura. Podríamos resumirlas básicamente en la disminución del fruto o rendimiento obtenido como ganancia para el alimento y sustento, a pesar del esfuerzo y las inversiones que se aplican a la hora de cultivar. Por el contrario, en lo que quizá sí podríamos encontrar una diferencia, es en lo que se plantea como las causas que conllevan a dicho panorama.
Es esto lo que probablemente hace la diferencia entre un científico/ambientalista creyente y uno que no lo es. Cuando solo se ven las causas físicas y se llegan a considerar como la única razón para que se produzca ese efecto, entonces al buscar la solución al problema también se limita al nivel físico. Sin embargo, muchos consideramos que la crisis ambiental actual (que incluye la degradación del suelo) también tiene unas profundas raíces espirituales, que pocas veces son tenidas en cuenta a la hora de abordar la problemática ambiental. En este sentido, si se descuida la fuente espiritual subyacente, y se da solución solo a los aspectos físicos, el problema vuelve a surgir en diferentes formas físicas, porque re-emerge de la misma raíz espiritual que aún se encuentra enterrada. En cambio, cuando se abordan las raíces espirituales de la dificultad, sus expresiones físicas externas tienden a desaparecer de forma natural, porque ya no tienen de qué alimentarse (Neril, 2014).
Mirando un poco más allá de lo físico
Cuando volvemos sobre el texto de la parashat Masei, encontramos precisamente esa perspectiva. Cuando el ETERNO da la instrucción de no contaminar la tierra, lo hace en conexión con la orden que no se permita la impunidad ni la corrupción entorno a casos de asesinato tanto accidentales como no accidentales, esto en el contexto de las ciudades de refugio [Números 35:9-34]. En general, a lo largo de la Torá y parte de la Tanajpodemos ver como el derramamiento de sangre ha contaminado la tierra, así como también las prácticas sexuales perversas y la idolatría.
De la misma forma, la maldición de la tierra, por ejemplo, en el caso de Caín y Abel, también estuvo relacionada con el derramamiento de sangre y el clamor contra la impunidad. El ETERNO le dice a Caín: “¿Qué has hecho?, la voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra que abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano. Cuando labres la tierra, no te volverá a dar su fuerza; errante y extranjero serás de la tierra” [Génesis 4:10-12]. El rabino Bahya, en un comentario que hace de Génesis 4:12, plantea también la conexión entre el castigo de Caín y las ciudades de refugio de las que se habla en la parashá, explica: “que la tercera maldición <<te convertirás en vagabundo y un vagabundo en la tierra>>, indicaba que él sufriría el exilio, sería desterrado de un lugar a otro. Su castigo no era diferente al de un asesino que ni siquiera había matado intencionalmente, y aun así tiene que mudarse a una ciudad de refugio hasta la muerte del Sumo sacerdote”.
Pero hay algo más que nos muestra esta parashá, además de las ciudades de refugio y la ejecución de la justicia sin corrupción ni impunidad en los casos de derramamiento de sangre [Números 35:9-34]. En ella también se dan instrucciones con respecto a la distribución de la tierra entre las tribus [Números 33:50-56; 34:16-29], las fronteras establecidas con respecto a los otros pueblos que rodearían a Israel [Números 34:1-15], de la organización y el equilibrio que debía haber entre la zona urbana y las zonas verdes en los lugares donde se asentarían los levitas [Números 35:1-8], y la aplicación de los “derechos adquiridos de herencia sobre la tierra” previamente por las hijas de Tzelofejad [Números 36:1-13]. Es decir, todo un contexto, si lo pudiéramos llamar así, de justicia social alrededor de la posesión sobre la tierra y su usufructo.
Dicho contexto, es reforzado por el ETERNO en cuanto a las causas de maldición expuestas previamente, que incluyen alterar los límites de la propiedad del prójimo y violar los derechos del extranjero, el huérfano o la viuda [Deuteronomio 27:17-19]. Así como también a través de profetas como Ezequiel y Miqueas que contextualizando la contaminación que la tierra ha sufrido, por las razones previamente expuestas, denuncian como los poderosos hacen el mal porque tienen el poder en sus manos, codiciando haciendas, campos y casas, apropiándose de éstos, y despojando de los mismos a mujeres que han dejado viudas, incluso a los hombres y a los niños, a la familia en su conjunto; que los terratenientes roban y extorsionan a la gente, explotan al indigente y al pobre y maltratan injustamente al extranjero, destruyendo así vidas con tal de lograr ganancias injustas [Ezequiel 22:1-3; 23-31; Miqueas 2:1-2; 8-11]. Claramente la Escritura nos muestra que la contaminación de la tierra, más allá de sus causas físicas, está ligada a la injusticia social, la corrupción y la impunidad.
Podríamos decir en este momento, que todo este panorama aplica sencillamente para la tierra de Israel. Pues, por un lado, se entiende de la lectura de la parashá en su conjunto, que desde el verso Números 33:51 que dice “Cuando hayas pasado el Jordán y entrado en la tierra de Canaán” en adelante, todas las instrucciones dadas son de estricto cumplimiento al interior de la tierra de Israel. De hecho el comentario de Tur HaAroch a Números 35:33, enfatiza esta postura: Najmánides escribe que lo dicho en el verso 35:29 “esta ley regirá … donde quiera que vivan” podría hacernos pensar que lo referente a las ciudades de refugio se aplica también más allá de los límites de Israel, pero que precisamente para evitar que cometamos ese error la Torá enfatiza que su preocupación con esta legislación es que la Tierra Santa no se contamine, no que el mundo entero no se contamine.
A pesar de la salvedad anterior, es sumamente curioso, que cuando aterrizamos en nuestra realidad nacional, no parece que estamos muy lejos de lo que los profetas anunciaban en la tierra de Israel. Por ejemplo, en Colombia, la región conocida como Magdalena Medio, enfrenta importantes problemáticas ambientales, que por supuesto incluyen la contaminación de los suelos (Garzón 2017; Garzón y Gutiérrez, 2013; Garzón et al 2016; TNC et al, 2016, Velázquez, 2016). Con actividades como la agroindustria de la cual se ha denunciado excesivo uso de agroquímicos así como exigencias sobre la tierra sin descanso (Soler y León, 2009), minería con contaminantes de metales pesados como el mercurio (Duarte, 2011; López, 2014) y ganadería extensiva con marcado deterioro de los suelos (Bulla, 2012; Vega, 2012). Pero no solo esto, alrededor de las tristes realidades ecológicas de los ecosistemas del Magdalena Medio, se encuentran una serie de realidades sociales que, para no entrar en mayores detalles, no se alejan mucho, y más bien son fiel reflejo, de la descripción expuesta por los profetas Ezequiel y Miqueas (León, 2008; Molano, 2012; Nolasco, 2014; Peña y Ochoa, 2008; Verdadabierta, 2015).
Para muchos no es desconocido el derramamiento de sangre que ha sufrido esta región y su lamentable protagonismo en el conflicto armado que ha sumido a nuestro país en la violencia (Alonso, 1992; Benavides, 2015; Cadavid 1996). Así como vimos que en la Escritura la contaminación y la maldición sobre la tierra estaban asociadas al despojo de la posesión sobre la misma (Expulsión del huerto del Edén, andar errante, la tierra vomitando a sus habitantes, etc.), de la misma forma los conflictos socioecológicos y el conflicto armado en el Magdalena Medio, han estado atravesado por desplazamientos forzosos y despojo (Álvarez, 2009; Blanco, 2012; Pérez, 2004; Velázquez y Castillo, 2011; Villoria 2009), así como actualmente el intento de hacer procesos de restitución de tierras (Verdadabierta 2013, 2016).
De esta forma podemos ver que, aunque los criterios de conducta y responsabilidad por no mantener los estándares adecuados que la Torá aplica a la tierra de Israel sean más estrictos que los que se apliquen a los que viven fuera, y que las tierras fuera de Israel no puedan ser contaminadas porque de por sí ya son ritualmente impuras (Comentario del Tur HaAroch a Números 35:33), evidentemente la conexión entre el pecado, la injusticia social y la contaminación, aún a nivel biológico, es innegable incluso fuera de la tierra de Israel. Y de hecho podríamos citar la sentencia del mismo ETERNO, al advertir que no contaminaran la tierra porque los vomitaría, así como de por sí ya había vomitado a las otras naciones que practicaban esas mismas cosas que contaminaban la tierra [Levítico 18:24-28]. Ratificamos entonces que evidentemente la crisis ambiental que observamos en todo el mundo claramente tiene unas raíces espirituales.
Nuestra responsabilidad frente a esto
Pero bueno, al llegar a este punto, valdría la pena preguntarnos ¿Qué tienen que ver todo esto conmigo? Quizá ¿Qué tengo yo que ver con el Magdalena Medio? O ¿Qué tengo que ver con la contaminación del suelo, si en mi mesa sigo teniendo alimento para mi sustento?
Revisemos un poco más al respecto. Ya vimos, gracias a los comentarios de los sabios del pueblo de Israel, que hay una conexión entre las ciudades de refugio para quien derrama sangre, con la contaminación de la tierra y el castigo de Caín. Ellos también nos muestran la relación entre el castigo de Caín y el castigo que recibió Adán en el huerto del Edén y la primera maldición que cayó sobre la tierra.
Específicamente Radak en su comentario a Génesis 4:12, explica que la razón por la cual el Altísimo castiga a Caín con una maldición sobre la tierra, fue porque la ocupación de Caín consistía en obtener su sustento de la tierra (era un agricultor). Que ya previamente, por la maldición que el ETERNO había pronunciado sobre la tierra, por el pecado de Adán, se había presentado una reducción en los rendimientos de producción del suelo. Pero que probablemente la nueva maldición se habría restringido a los esfuerzos de Caín, afectándolo solo a él y no a los otros granjeros en adelante. Es decir, que, aunque pusiera todo su esfuerzo y fuera conocedor de su oficio, sus rendimientos iban a ser aún menores que los de los demás granjeros. Pero que, aun así, la primera maldición pronunciada ante Adán fue una maldición permanente que todavía está vigente hoy en día.
Nuestros sabios también enseñan que tanto el relato de Adán y Eva, como el de Caín y Abel, nos hablan sobre el importante principio de ser responsables por nuestros actos. Que antes de la caída, el ETERNO puso a Adán y Eva en el huerto del Edén para trabajar en él y protegerlo (Lovdah uleshomra) [Génesis 2:15]. Rabi Shlomo Riskin enseña que ser un shomer – שָׁמַר (Protector, Strong 8104) significa ser responsable. Su Rabino Joseph Ber Soloveitchik enseñó este valor judío fundamental: “soy responsable, y por lo tanto soy”. Ser responsable y tomar responsabilidad es fundamental para ser humano. Esto queda muy claro en la respuesta de Caín a Dios cuando se le preguntó sobre el paradero de Abel: “¿Soy el guardián de mi hermano?” [Génesis 4:9] El término usado es shomer – שָׁמַר, en el mismo sentido de “protección” que se menciona en el Jardín del Edén. La Biblia contesta rotundamente, ¡sí! (Neril, 2014).
Según el rabino Yonatan Neril (2014) “Nuestra incapacidad para asumir la responsabilidad de nuestras acciones en un planeta de siete mil millones de personas tiene importantes consecuencias ambientales en la actualidad. Usamos los recursos del mundo (árboles, minerales, petróleo y gas) sin prestar suficiente atención a cómo se producen, transportan y eliminan estos recursos. Es probable que no veamos los impactos en nuestro aire y agua y en la salud de las personas en lugares lejanos”.
Por su parte, el rabino Pablo de Tarso, también hizo una interesante reflexión al respecto de cómo el pecado original tuvo repercusiones ambientales. Dijo que la Creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Di-s, precisamente porque había sido sometida a frustración (probablemente incluyendo la maldición sobre la tierra de la que venimos hablando). Pero que se mantiene la esperanza de que la Creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Di-s [Romanos 8:19-20]. Previamente Pablo también se remonta al pecado original, indicando que por un solo hombre el pecado entró al mundo y por medio del pecado la muerte, la muerte pasó a toda la humanidad y todos pecamos [Romanos 5:12]. Pero que cuánto más el don que vino por la gracia de nuestro Mesías Yeshúa abundó para todos. El don de la abundancia de la gracia y de la justicia que reinarán en vida [Romanos 5:15].
Podría entender entonces que, siguiendo la lógica de la reflexión en Romanos 5, así como por un solo hombre la tierra fue maldecida [Génesis 3:17] y entre otros, fueron acarreados muchos de los conflictos ambientales que hoy en día vemos, por la obra justificadora de Yeshúa en nuestras vidas, también se puede estar produciendo una restauración a la Creación con sus ecosistemas y sus funciones originales, una limpieza y purificación de toda contaminación. Que, así como con la muerte del sumo sacerdote quedaba libre el refugiado y por tanto al salir de la ciudad de refugio, ya no se contaminaba la tierra [Números 35:28], con la muerte de Yeshúa fuimos libres del pecado a una vida de obediencia [Romanos 6], que incluyen los mandamientos que cuidan de la tierra. Que, así como el pecado en nuestras vidas trae un efecto colateral de degradación de la tierra y sus ecosistemas, nuestro arrepentimiento y el inicio de nuestro camino en obediencia al ETERNO, incluya nuestro aporte en la restauración de la tierra que Él había puesto a nuestro cuidado.
Nuestro gran Maestro y Mesías, el mismo Yeshúa habló al respecto de la contaminación, la injusticia social y la sangre derramada. Se quejó de los Fariseos que limpian el vaso y el plato por fuera, pero por dentro estaban llenos de codicia y maldad. Que debían más bien dar a los pobres de lo que está adentro y así todo quedaría limpio para ellos. Que diezmaban de minucias, pero descuidaban la justicia y el amor, pues esto era necesario hacer sin dejar de hacer aquello. Que abrumaban al pueblo con cargas pesadas que ni ellos mismos podían soportar, dicho de otra forma abusaban del poder. Y que les iba a ser pedida cuenta de la sangre derramada de todos los profetas desde el principio del mundo, empezando por Abel [Lucas 11:37-53]. Es cierto, debemos ser muy cuidadosos con las causas que abrazamos y defendemos, pero tampoco debemos ser indiferentes, colar el mosquito y tragarnos el camello.
Aunque el ETERNO dijo que había enseñado los preceptos y las normas para ponerlos en práctica en la tierra de la que debían tomar posesión. También dijo, que al obedecerlos y ponerlos en práctica el pueblo de Israel demostrarían su sabiduría e inteligencia a las naciones, las cuales dirían “En verdad, este es un pueblo sabio e inteligente” [Deuteronomio 4:5-6]. Dicho de otra forma, las naciones fuera de Israel podrían verlo como un ejemplo digno de imitar. Como diría la mujer cananea, aún los perros comen las migajas que caen de la mesa [Mateo 15:26-27]. Aún algunos de esos preceptos serán dignos de imitar para mitigar los efectos de esta crisis ambiental, mientras llega el tiempo de la plena restauración. Como dice en Jeremías 29:7, mientras aún estemos en el exilio debemos buscar el bienestar de la ciudad donde nos encontremos.
Como nos enseña el Rab. Neril, debemos despertar el valor judío de ser responsables, para lo cual debemos ampliar nuestra perspectiva para incluir a las personas que no conocemos y a los niños de la próxima generación. Tratar de abordar esta raíz en nuestra propia vida expandiendo nuestro sentido de responsabilidad hacia los demás y los pequeños e invisibles impactos sobre ellos. Tratemos de pensar en una acción específica que podamos hacer para asumir una mayor responsabilidad sobre cómo vivimos y consumimos.
Quizá antes de sentarnos la mesa y disfrutar de los manjares que el ETERNO a diario nos permite compartir con nuestra familia, podríamos pensar en los proveedores de los cuáles los hemos recibido. Quizá podríamos poner un poco más de esfuerzo en buscar aquellos proveedores, que transgreden menos en lo posible los mandamientos de la Torá. Quizá que el sacrificio y producción animal sea kosher o que dejen descansar la tierra y no la agobien con exceso de fertilizantes y agroquímicos sintéticos. O que dejen las esquinas para los más pobres, es decir, que no sean empresas con casos conocidos de explotación laboral y acaparamiento de tierras. Que la producción de esos alimentos no haya estado atravesada por el derramamiento de sangre que permanece en impunidad o depravada por idolatrías y relaciones sexuales ilícitas. Una mayor oportunidad se presenta si somos poseedores de terrenos y podemos hacer producción agrícola o si vivimos en el Magdalena Medio, pudiendo hacer ese gran tikun (rectificación) por la tierra en nuestro país. Y por qué no, dejar un poco la indiferencia y conocer un poco más sobre la historia de cómo en Colombia la sangre ha contaminado la Tierra.
¡Shavua tov!
Referencias
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Soy Bióloga con maestría en Medio Ambiente y Desarrollo de la Universidad Nacional de Colombia. Creyente en el Mesías Yeshúa desde la cuna, miembro activo de la Comunidad Mesiánica Yovel y felizmente casada. El estudio de la Creación del Altísimo ha sido mi pasión, y me deleito en ampliar mi comprensión del texto bíblico desde el conocimiento de las Ciencias Ambientales.