Los mumim del alma: no en el cuerpo si no en el corazón
Por Valentina Jaimes
El libro de Levítico siempre ha sido, para mí, una lectura desafiante. A pesar de haber estado cerca del texto bíblico durante toda mi vida, hay porciones -como Emor, la correspondiente a esta semana- que me generan preguntas, dudas e incluso cierta incomodidad. Emor aborda temas diversos: las restricciones a los kohanim respecto al duelo, el matrimonio y el servicio, las regulaciones sobre el Shabbat y el ciclo de fiestas; y concluye con la advertencia de no blasfemar, ilustrada con la historia del hijo de madre israelita.
Pero entre todas estas instrucciones, hay un pasaje que siempre me ha detenido con especial inquietud. En Levítico 21:16-21, Di-s prohíbe a cualquier descendiente de Aarón con un “defecto físico” acercarse al altar para presentar las ofrendas:
El Señor ordenó a Moisés que dijera a Aarón: «Ninguno de tus descendientes que tenga defecto físico deberá acercarse jamás a su Dios para presentarle la ofrenda de pan. En efecto, no deberá acercarse nadie que tenga algún defecto físico: ninguno que sea ciego, cojo, mutilado, deforme, lisiado de pies o manos, jorobado o enano; o con cataratas en los ojos, o que tenga sarna o llaga supurante, o que tenga algún testículo dañado. Ningún descendiente del sacerdote Aarón que tenga algún defecto podrá acercarse a presentar al Señor las ofrendas puestas al fuego.
Una lectura literal del texto podría conducir a una conclusión dolorosa: que Di-s hace acepción de personas, rechazando a aquellos con discapacidades. Esta idea no solo aviva la sensibilidad moderna, sino que parece contradecir la misma esencia compasiva de la Torá. ¿Será que Di-s sólo acepta lo estéticamente “perfecto”?
Sin embargo, Levítico no es un texto para ser leído superficialmente. Su complejidad es una invitación a interpretarlo desde la Torá Oral, a cuestionar y profundizar. La lectura literal no basta, porque el mensaje verdadero muchas veces está codificado en el lenguaje, el contexto y la intención espiritual.
Varios personajes fundamentales de la Torá nos enseñan que la perfección física no fue requisito para servir a Di-s: Isaac quedó ciego y bendijo a sus hijos; Jacob, tras luchar con el ángel, quedó cojo, pero siguió guiando a las doce tribus; Moshé, tartamudo, fue el gran portavoz de Di-s. El Rabino Yosef Gamón explica que Di-s no eligió a Israel por ser un pueblo fuerte o bello, sino precisamente por ser un pueblo pequeño, esclavizado y rechazado. Es en la debilidad donde se manifiesta la fuerza del Creador.
Entonces, ¿qué significa este pasaje sobre los defectos? La palabra hebrea usada en este texto para defecto es mum (מום), que aparece diez veces en esta porción. Todas las veces que aparece lo hace haciendo referencia a imperfecciones físicas en los sacerdotes o en las ofrendas. Pero llama la atención que no se mencione nada sobre su integridad moral o su carácter ético. ¿Acaso eso no debería ser más relevante para un servidor del santuario?
Para comprender mejor, conviene mirar cómo la Torá presenta la enfermedad (majalá – מַחֲלָה). Su primera aparición es en Éxodo 15:26, donde se asocia a las plagas en Egipto. Desde entonces, parte de la tradición ha entendido que la enfermedad puede ser una consecuencia espiritual de transgresiones. Según el pensamiento del Rabí Najman de Breslev, cada parte del cuerpo humano corresponde a un mandamiento; el cuerpo humano tiene 248 miembros, y 365 tendones y tejidos conectivos que corresponden a 248 mandamientos positivos, y 365 mandamientos negativos. Por tanto, el pecado puede manifestarse también en el cuerpo. Así, las imperfecciones físicas se leen como reflejos de imperfecciones del alma.
Desde esta perspectiva, Emor no estaría excluyendo a las personas con discapacidad, sino subrayando la necesidad de una conducta espiritual impecable. Lo físico sería símbolo de lo interno: los mumim del alma.
Además, el texto enfatiza un elemento interesante, que el sacerdote con defecto no puede presentar la ofrenda de pan, pero sí puede comer de ella:
» No podrá acercarse para presentarle a su Dios la ofrenda de pan por tener un defecto. Podrá comer de la ofrenda de pan, tanto del alimento santo como del santísimo, » (Levítico 21:22).
Esta distinción es poderosa. Aunque no podían realizar ciertos rituales, sí podían participar del alimento sagrado. La Torá preserva su dignidad, asegurando su sustento y pertenencia. Incluso incluye a las hijas viudas o divorciadas y a los esclavos de la casa sacerdotal. Esto revela un mensaje ético profundo: el acceso a lo sagrado no se niega por una imperfección física, y la inclusión también es una forma de santidad.
El punto culminante de esta reflexión aparece en relación con el Lejem Hapanim (el “Pan de la Presencia” o “Pan de las Caras”), que solo podía ser presentado por sacerdotes sin defecto. Ofrenda que es descrita dentro de la porción en Levítico 24:5-9 y parece ser un elemento transversal dentro de la Parashá. Esta ofrenda especial, compuesta por doce panes colocados cada semana en el Lugar Santo simboliza la presencia constante y la provisión de Hashem. El motivo por cual no podían ser presentados por sacerdote con defecto era debido a su cercanía al Lugar Santísimo que demandaban una representación externa de integridad y por eso el sacerdote no podía tener defecto
Pero por causa de su defecto no pasará más allá de la cortina ni se acercará al altar, para no profanar mi santuario. Yo soy el Señor, que consagro para mí a los sacerdotes. Levítico 21:23
Pero esta integridad no era mera estética, sino símbolo del compromiso espiritual que se espera al acercarse a la presencia divina. Y, sin embargo, el defecto físico no es impureza porque podía consumir de la ofrenda. Solo se establece una separación funcional, no un rechazo. En una sociedad tan enfocada en la apariencia y los estándares de belleza, esta reflexión nos invita a recordar que lo importante es lo que llevamos dentro. Debemos ocuparnos de los mumim internos, esos rasgos que sí nos pueden alejar de Di-s: la soberbia, el odio, el engaño.
El profeta Malaquías lo expresa con claridad:
«¡Maldito sea el tramposo que, teniendo un macho aceptable, dedica uno defectuoso! Porque yo soy el gran Rey» (Malaquías 1:14).
El problema no es el animal defectuoso, sino la trampa, la falta de integridad. La imperfección espiritual sí puede impedirnos acercarnos a la Presencia Divina.
Desde una mirada mesiánica, esto se conecta directamente con la figura de Yeshúa, quien es tanto sacerdote como ofrenda. Él es el Cordero sin mancha, el único verdaderamente perfecto:
Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Mashiaj, como de un cordero sin mancha y sin defecto. 1 Pedro 1:18-19
Así, el llamado a la pureza del cuerpo en el Templo es símbolo del llamado a la pureza del alma. Yeshúa no fue escogido por una belleza terrenal, sino por su perfecta obediencia y amor. Efesios 1:4 nos recuerda que “Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que vivamos en santidad y sin mancha delante de él”.
Los sabios nos enseñan que debemos ser compasivos y sensibles al hablar de discapacidad. La Torá no margina; al contrario, nos invita a mirar más allá de lo visible, a reconocer el valor de cada ser humano. Todos tenemos un lugar en el servicio a Di-s. Todos tenemos mumim del alma que sanar. Y todos estamos llamados a presentar nuestra mejor ofrenda: un corazón íntegro y una vida sincera.
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¡Shavua Tov!
Soy Valentina Jaimes, miembro de la comunidad Yovel desde su fundación. A los 17 años, durante un voluntariado en Israel con niños kurdos, reafirmé mi amor por Di-s y comprendí que servir a los demás es parte esencial de mi propósito de vida.
Esa experiencia me llevó a formarme como enfermera y, más adelante, como Magíster en Salud Pública, orientando mi camino profesional hacia la promoción de la salud y el trabajo con las comunidades. Me apasiona comprender la salud como un fenómeno integral, especialmente desde una perspectiva espiritual y judía, fuente constante de respuestas en mi vida que hoy deseo compartir con los lectores.