Llamados con Propósito

Por: Carolina Aguirre

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Vivimos en una época en la que muchas personas buscan desesperadamente su propósito. Quieren saber por qué están en el mundo, qué papel desempeñan en esta gran historia divina. Algunas tienen la fortuna de descubrirlo desde muy temprano en la vida. Los levitas fueron ese tipo de personas: llamados desde el vientre materno para cumplir objetivos muy específicos, ya un paso adelante en la vida.

Koraj fue uno de esos levitas. Tenía un alto rango, además de ser primo de Moshé y Aarón, ocupaba una posición de privilegio y honor dentro del pueblo de Israel. Pertenecía al clan de los coatitas, encargados de transportar los objetos más sagrados del Tabernáculo, una tarea reservada solo a unos pocos, que exigía santidad, obediencia y gran responsabilidad.

Sin embargo, Koraj no se conformó con lo que Dios le había asignado. Quería más. Su anhelo no era servir, sino liderar. No buscaba honrar a Dios, sino obtener poder.

La historia de Koraj guarda un asombroso paralelo con la de Lucifer. En Ezequiel 28:14 se declara que Dios ungió a Lucifer —מִמְשַׁח (mimshaj)— como querubín protector y lo colocó en su monte santo —הַר קֹדֶשׁ (Har Kodesh). Fue creado como un ser hermoso y privilegiado, pero su corazón no se satisfizo. Deseó ser como Dios, incitó a otros ángeles y lideró una rebelión que culminó en su expulsión del cielo y su caída humillante sobre la tierra.

Ezequiel 28:13 e Isaías 14:11 muestran este antes y después. Se mencionan instrumentos musicales y la palabra hebrea מְכַסֶּה (mejassé, #4374 de Strong), que significa “cubrir”. En el día de su creación, los tamboriles y las flautas fueron preparados para él; pero tras su caída, sus liras fueron arrojadas al Seol. Fue “cubierto” de piedras preciosas, pero más tarde, “cubierto” de gusanos.

Koraj, por su parte, también tenía una posición de alto honor, pero envidió y codició el cargo de Aarón. Lideró una rebelión y, junto a sus aliados, cayó en humillación. La tierra tembló, se abrió, y fueron tragados vivos.

Codiciar el llamado de otros le impidió mirar hacia adentro y valorar lo que Dios le había confiado. En lugar de abrazar su propósito, deseó uno para el cual no fue creado y en el que jamás habría florecido. Koraj pudo haber sido un salmista tan influyente como David, pero desperdició su oportunidad por mirar con envidia la posición ajena.

Sin embargo, hay un detalle en la Torá que sorprende y llena de esperanza: “Pero los hijos de Koraj no murieron” (Números 26:11). Ellos tomaron otro camino. Permanecieron fieles a su llamado como levitas, y con el tiempo se convirtieron en músicos del Templo, autores de once salmos. Entre ellos, el Salmo 46, que proclama:

“Por tanto, no temeremos aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar.” (Salmo 46:2)

Este versículo no es una simple metáfora. Para los hijos de Koraj fue una experiencia literal. Mientras la tierra se abría bajo los pies de su padre, ellos confiaron en Dios y fueron preservados. Su historia es una poderosa evidencia de que el llamado puede ser restaurado, y que una generación puede rectificar el error de la anterior.

Hoy, más que nunca, el brillo externo seduce. Idealizamos la vida de otros, sus títulos, su influencia. No vemos las lágrimas ni las cargas de sus llamados. Moisés mismo suplicó a Dios que le quitara la vida por la presión que sentía al liderar un pueblo rebelde. (Números 11:11–15). Koraj no vio eso. Solo vio el poder, no el precio.

Sin embargo, en el Reino de Dios, cada uno tiene un lugar específico e irremplazable. Como enseña Romanos 12:4-5, somos un solo cuerpo con muchas funciones. Nadie es innecesario. El desprecio por nuestro propio llamado nos desconecta del propósito y nos expone al vacío y a la destrucción. Pero cuando valoramos lo que Dios nos ha dado, florecemos y bendecimos a otros.

Llamados Colectivos

Además del llamado individual, existen llamados colectivos que también son cruciales. En tiempos de crisis, Dios convoca a su pueblo a tomar posición, como en una batalla donde cada soldado es indispensable.

Israel está hoy en guerra, y tras el ataque directo de Irán a un hospital de Beersheba el jueves 19 de junio, el alcalde Ruvik Danilovich declaró:

“Todos tienen su papel: los ciudadanos disciplinados, las fuerzas de seguridad, los servicios de rescate y emergencia, y el Centro Médico Soroka, que realiza un trabajo realmente excepcional. Saldremos adelante.” Declaró para Noticias Kan.

En nuestro país atravesamos una profunda crisis nacional; el rumbo de la nación está en juego, y el llamado colectivo que se levanta en este momento es claro: debemos orar unidos por nuestra tierra. Este llamado no es opcional ni exclusivo de unos pocos —es para todos.

No descuidemos nuestra posición por estar enfocados únicamente en nuestros intereses personales. Cada uno tiene un rol que desempeñar, una responsabilidad que no puede ser delegada ni ignorada.

Estamos en una guerra espiritual. No podemos ir solos. Necesitamos ir en batallón, unidos como escuadrón. Nos necesitamos unos a otros, para cuidar nuestras espaldas y proteger las de los demás.

En tiempos de Ezequiel, Dios buscaba a alguien que levantara un muro físico y espiritual para contener al enemigo, pero no lo encontró:

“Yo he buscado entre ellos a alguien que construya un muro y se ponga en la brecha delante de mí por mi tierra, para que yo no la destruya. ¡Y no lo he hallado!” (Ezequiel 22:30)

¿Encontrará hoy Dios a personas que realmente se conmuevan por lo que está ocurriendo? ¿Habrá quienes se pongan en la brecha? ¿Serás tú uno de ellos, dispuesto a ocupar el lugar que te corresponde?

No imitemos a Koraj descuidando nuestro llamado. Seamos como sus descendientes, que se apartaron de la rebelión, tomaron su lugar y elevaron cánticos desde las ruinas. Que, aunque la tierra tiemble, nuestros pies permanezcan firmes en el propósito que Dios nos ha asignado.

¡Shavua Tov!

REF:
Carolina Aguirre

Soy comunitaria de Yovel y profesora de Benei Mitzvah.