La importancia de llamarse Ernesto

Por: Carolina Aguirre

Sabes a que hace alusión y dónde aparecen las siguientes dos frases:

1. La importancia de llamarse Ernesto

2. ¿Qué hay en un nombre?

La primera, es el título de una de las comedias teatrales más destacadas de la literatura británica escrita por Oscar Wilde y estrenada en el St James’s Theatre de Londres el 14 de febrero de 1895.

La segunda, proviene de una de las tragedias teatrales más conocidas y representadas de todos los siglos, la obra «Romeo y Julieta» de William Shakespeare, presentada por primera vez en el teatro The Globe en Londres, en 1599 por la compañía de actores de Shakespeare, Lord Chamberlain’s Men.

En la obra “La importancia de llamarse Ernesto” dos personajes utilizan identidades ficticias al pretender llamarse Ernesto, lo cual tiene un significado irónico, ya que el nombre «Ernesto» suena como la palabra inglesa «earnest», que significa serio o sincero. La comedia se desarrolla con enredos, malos entendidos y revelaciones que llevan a la resolución cómica al final.

La ironía en «La importancia de llamarse Ernesto» de Oscar Wilde juega con el concepto del nombre y plantea preguntas más profundas sobre la identidad y la sinceridad. Aunque el título sugiere que hay importancia en llamarse Ernesto, la obra en sí misma argumenta lo contrario al exponer las hipocresías y las fachadas que rodean a los personajes que usan este nombre.

Por su parte la célebre frase “¿Qué hay en un nombre?” o “¿Qué importa un nombre?” es una línea de Julieta que aparece en el Acto II, Escena II, cuando ella reflexiona sobre el hecho de que Romeo es un Montesco, el apellido de la familia enemiga. La línea completa dice:

«What’s in a name? That which we call a rose

By any other name would smell as sweet.»

Y una traducción al español sería:

«¿Qué hay en un nombre? Lo que llamamos rosa,

con cualquier otro nombre olería igual de dulce.»

Con esta frase, Julieta expresa la idea de que el nombre de las cosas no afecta su esencia o naturaleza. En este contexto, sugiere que el nombre de Romeo (un Montesco) no cambia su verdadero ser y que el conflicto entre sus familias no debería ser un obstáculo para su amor.

La frase se ha vuelto muy conocida y a menudo se utiliza de manera general para expresar la idea de que el nombre de algo no define su verdadera naturaleza, de que los nombres son solo etiquetas.

Refiriéndonos ahora a la Parashá de esta semana, es interesante ver que la Torá contiene una parashá con el nombre “Shemot” que traducido al español significa: “Nombres”.

¿Son los nombres realmente importantes? ¿Qué hay en un nombre? ¿Pueden los nombres afectar a aquel a quien los porta?

Uno de los temas que me apasiona son los idiomas y decidí realizar un ejercicio en torno a los nombres para saber en qué parte del programa al estudiante se le presenta el vocabulario relacionado con este tema, teniendo en cuenta frases como: “Mi nombre es X”, “Yo soy X”, o “Me llamo/me llaman X”. Fue interesante descubrir que, en una muestra de 15 idiomas diferentes, este vocabulario se presenta ya sea en la lección 1 o 2 del programa de aprendizaje de idiomas, siempre justo después del vocabulario de saludos.

El nombre es nuestra primera carta de presentación y empieza a mostrarle a la otra persona señales de nuestra identidad, como por ejemplo nuestro lugar de origen o nuestra etnia. Tendemos a hacer asociaciones basadas en la información que se nos provee, y si solo se nos diera el nombre de una persona, sin tener la oportunidad de ver su apariencia física, podríamos empezar a inferir de donde es la persona y a hacernos una idea de ella basada en nuestras ideas preconcebidas.

Si nos dieran el siguiente listado de nombres, inferiríamos sin mayor esfuerzo de donde son, y basados en su lugar de origen podríamos hacer asociaciones automáticas de su personalidad basados en nuestras concepciones sobre la cultura de esos lugares.

Pierre Dubois podría ser de Francia, Hans Müller de Alemania, Guiseppe Rizzo de Italia, Mohammed Al-Saleh de algún país árabe, Seo-Yeon Kim de Corea, Zhan Wei Li de China, Igal Cohen de Israel, Kwame Okoye de algún país en África, Juan García de algún país hispano hablante, Sergei Mikhailov de Rusia, y Yuki Yamamoto de Japón.

Podríamos hacernos a la idea también de que una persona de cierto origen pudiera ser inteligente, fría o alegre en su trato, trabajadora, buena para las matemáticas, puntual o impuntual. Un solo nombre puede empezar a despertar en nosotros sentimientos, emociones, y aún prejuicios.

No soy persona de ver películas, pero cuando estás en un vuelo de varias horas ¿qué más da sino revisar la carta de entretenimiento que ofrece la aerolínea? En un vuelo vi un documental muy interesante que abordaba el tema de la influencia que el nombre tiene cuando se trata de buscar una plaza laboral. El nombre del documental no lo he logrado encontrar, pero aparentemente ya se han realizado varios filmes sobre el tema, los cuales se han basado en un estudio social que se publicó en el año 2004.

El estudio se titula «Are Emily and Greg More Employable Than Lakisha and Jamal? A Field Experiment on Labor Market Discrimination», que traducido al español sería ¿Son Emily y Greg más empleables que Lakisha y Jamal? Un experimento de campo sobre la discriminación en el mercado laboral».

El estudio fue llevado a cabo por los economistas Marianne Bertrand y Sendhil Mullainathan y exploró el impacto de los nombres afroamericanos en Estados Unidos en relación con la discriminación en la búsqueda de empleo.

En este estudio, Bertrand y Mullainathan realizaron un experimento de campo en el que enviaron currículums ficticios a empleadores con nombres étnicamente distintos. Los resultados sugirieron que los candidatos con nombres que son comúnmente asociados con la comunidad afroamericana enfrentaron una discriminación significativa en comparación con aquellos con nombres más comúnmente asociados con la comunidad blanca. Este estudio destacó la existencia de prejuicios y discriminación en el proceso de contratación basados en los nombres.

El tema de discriminación basado en el nombre es real y aunque en nuestro contexto no captamos mucho el tema de la diferencia entre llamarse Kisha, Aaliyah, Malik, (nombres comunes dentro de la comunidad afroamericana) a llamarse Jessica, John, o Michael, (nombres asociados con la comunidad blanca). Sin embargo, en nuestro medio si podemos entender que los nombres Brayan, Stiven, o Yurleidis, tienen connotaciones de estrato dentro de nuestro contexto social. Así tampoco es lo mismo llevar el apellido Santo Domingo, Botero o Turbay en Colombia a llevar el apellido Chinchilla, Fagua, Cucaita, o Chivatá.

Cada año la Registraduría Nacional del Estado Civil de Colombia publica los nombres más registrados, así como también reporta nombres poco usuales, como John Crazy, Messi Andrés e, inclusive, nombres de artistas, como J Balvin o Shakira.

Si tuvieras la oportunidad de cambiar de nombre, e incluso de apellido, ¿lo harías? En Colombia el cambio de nombre está amparado por la legislación y se sustenta en el derecho al libre desarrollo de la personalidad. El cambio de apellido también es posible en Colombia, pero bajo condiciones específicas.

En Estados Unidos, el cambio de apellido es más fácil y común que en Colombia. Tengo el caso de un familiar cercano que decidió “americanizar” nuestro apellido “Aguirre”, pronunciado por los angloparlantes como “Aguaier”, cambiándolo al de “McGuire”, pronunciado “MacGuaier”. Este cambio le evita tener que deletrear constantemente su apellido y quizás también le hace sentir más identificado con el país que lo ha adoptado.

También nosotros en nuestro entorno mesiánico optamos por darle nombre a nuestros niños basados en nombres bíblicos o nombres propios que se usan en el estado de Israel, porque el nombre al contrario de lo que sugiere Julieta, no es solo una etiqueta, realmente tiene un trasfondo de identidad no solo individual, sino también colectivo y que nos hace sentir aceptados o rechazados en diferentes medios sociales.

Un solo nombre también es capaz de despertar en nosotros sentimientos de alegría, rechazo o incomodidad.

En la obra de Shakespeare, Julieta reflexiona sobre el nombre, dando a entender que este no es más que una mera etiqueta ya que lo realmente importante es la esencia del objeto o de la persona a la cual se le ha atribuido el nombre; sin embargo, esta premisa no siempre es válida. En la actualidad tenemos un conflicto político en el que la adopción de un nombre no es solamente una etiqueta, sino que además sirve para perseguir ciertos intereses y afecta mucho en el conocimiento de la verdadera identidad de un pueblo.

Cuando escuchamos el nombre Palestina en nuestra mente asociamos este nombre con el pueblo que aparece en los escritos bíblicos, el pueblo de los filisteos. Sin embargo, no existe ninguna asociación entre los palestinos de hoy con el pueblo de los filisteos que la Biblia menciona. Los historiadores llegan siempre a la conclusión que los filisteos bíblicos eran los llamados «pueblos del mar». Su presencia en lo que hoy es Israel suele fecharse en el año 1150 A.C. y la mejor aproximación a la que han llegado es que formaban parte de la civilización protogriega minoica-micénica. Probablemente vinieron de Creta, aunque también se han sugerido otros orígenes.

Los filisteos eran enemigos acérrimos de los israelitas, pero fueron conquistados por los asirios en el siglo VIII A.C. y sus remanentes fueron eliminados por los neobabilonios o caldeos en el siglo VII A.C., después de lo cual desaparecieron de las páginas de la historia. Lo más probable es que fueron deportados a Asiria/Babilonia cuando ya eran un pueblo casi extinto.

¿Entonces porque tenemos hoy un pueblo que se denomina Palestina?

La razón se remonta al periodo de las revueltas judías en contra del imperio romano. En la primera revuelta, en el año 70 D.C., el templo fue destruido y en la segunda revuelta en donde los judíos fueron derrotados por el imperio romano, estos quisieron echar sal sobre las heridas de los judíos cambiando el nombre de la tierra por el de Palestina.

Aunque no había habido filisteos en la tierra durante siglos, los filisteos eran conocidos como uno de los peores enemigos de los judíos. Por lo tanto, sólo para insultar a los judíos, la provincia romana de Judea pasó a llamarse “Palestina” y conservaría este nombre incluso después de que el Imperio Romano Oriental (Bizantino) cayera en manos de los árabes y los árabes cayesen en manos de los turcos y los turcos cayeran en manos de los británicos. y la tierra se dividiera en Israel y Transjordania (y así gran parte de Transjordania retuvo el nombre de “Palestina” a partir de entonces).

El nombre hace parte de la identidad y por lo tanto esta jugada de los romanos contra los judíos fue clave en su intento para desligar al pueblo judío de sus raíces con la tierra. Esto no logró desligar al pueblo judío de su tierra, pues Jerusalén y la tierra de Judea siempre han estado en el corazón del pueblo judío, pero si ha logrado confundir al mundo entero haciéndole creer que los palestinos y los filisteos de antaño son el mismo pueblo.

Este conflicto político trasciende más allá del ámbito terrenal y es claramente una guerra espiritual que por siglos ha querido destruir la identidad y el llamado de Israel como nación.

En el salmo 83, se menciona a los enemigos del pueblo de Israel quienes rugen y confabulan secretamente en su contra y han dicho:

“Venid, y destruyámoslos para que no sean nación, y no haya más memoria del nombre de Israel.” Salmo 83:4

Aquí podemos ver la importancia del nombre de Israel y la estrategia de los pueblos al tratar de borrar su nombre y así destruir su identidad.

A lo largo de las páginas de la Biblia vemos la importancia de los nombres y podemos recordar varias ocasiones en las cuales el Eterno hace un cambio de nombre a varios personajes bíblicos, con lo cual su identidad también es transformada y por ende su llamado cobra una fuerza excepcional.

Finalmente, quiero mencionar un nombre más, un nombre que en su forma original tiene una gran fuerza, pero que a través de los siglos ha sido transformado, ya sea por conflictos religiosos o por el tema de las traducciones, lo cual es un fenómeno perfectamente normal, ya que en algunos idiomas no se cuenta con ciertos caracteres o fonemas, razón por la cual algunos nombres se ven transformados.

Este nombre es mencionado en la Biblia en Filipenses 2:9, un nombre otorgado por el Eterno a aquel que se despojó de toda su grandeza, tomando forma de hombre y en obediencia muriendo en un madero.

El Eterno le exaltó hasta lo sumo y le concedió un nombre sobre cualquier otro nombre, para que en su nombre todas las rodillas de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra se doblen y todos confiesen que Él es el Señor del Universo.

Su nombre es Yeshua y hoy poco a poco, judíos y no judíos, empezamos a escuchar y a conocer este nombre que nos estuvo oculto por mucho tiempo, pero que ahora, en el final de los tiempos se nos revela, ya que Yeshua, significa “Salvación” y ciertamente la salvación del mundo está hoy más cerca que nunca.

Shavua Tov

Carolina Aguirre

Soy comunitaria de Yovel y profesora de Benei Mitzvah.