Cuando salgas a la guerra

Por: Carolina Aguirre

La verdadera fe no huye, se levanta y pelea

La parashá de esta semana inicia con una declaración que nos confronta profundamente: “Cuando salgas a la guerra…” (Deuteronomio 21:10). No dice “si alguna vez vas a la guerra”, sino que da por sentado que en algún momento tendremos que enfrentarla. Y es que, aunque el deseo natural del ser humano es vivir en paz, la realidad de la vida nos muestra que no siempre es así. A lo largo de la historia, los pueblos han sido atacados, los hogares invadidos y los valores puestos en tela de juicio. Nadie quiere ir a la guerra, porque significa riesgo, dolor y pérdida. Sin embargo, la Escritura no nos da la opción de huir: afirma que llegará el día en que tengamos que salir a luchar.

En la actualidad, vemos conflictos armados en naciones como Israel y Colombia, pero también enfrentamos una guerra más sutil y peligrosa: la guerra ideológica, cultural y espiritual. Esta batalla no se libra con armas de fuego, sino con medios de comunicación, leyes, discursos y narrativas que buscan redefinir la verdad y desdibujar los valores que hemos recibido. Frente a esto, la pregunta es inevitable: ¿nos quedaremos pasivos o saldremos al frente a defender lo que creemos?

El error de la pasividad

Muchos creyentes hemos caído en una interpretación incompleta de las palabras de Yeshua sobre “poner la otra mejilla” (Mateo 5:39). Este llamado no se refiere a permitir el abuso sistemático ni a aceptar la injusticia como algo normal. Yeshua hablaba de la actitud personal frente a la ofensa, no de una rendición total ante el mal. De hecho, el mismo Yeshua que predicó amor y perdón también volcó las mesas de los cambistas en el templo y llamó “raza de víboras” a los fariseos hipócritas. En otras palabras, mostró que el amor verdadero no excluye la firmeza y la confrontación.

El cristianismo moderno, influenciado por ciertas doctrinas, ha transmitido la idea de un Dios que en el Antiguo Testamento era severo y guerrero, pero que en el Nuevo Testamento se volvió solo amor y misericordia. Este pensamiento ha sembrado en el inconsciente colectivo una falsa dicotomía: un Dios implacable antes y un Dios indulgente después. Pero la verdad es que Dios nunca cambia. Ya en el Antiguo Testamento Dios se revelaba como “clemente y grande en misericordia” (Éxodo 34:6), y en el Nuevo Testamento Yeshua mismo habló del juicio venidero y del fuego eterno. La justicia y la misericordia no se contradicen; se complementan.

Aceptar únicamente la faceta “amorosa” de Dios y negar su justicia nos conduce a la pasividad. Terminamos tolerando lo intolerable, callando ante el mal y, en la práctica, dando nuestra aprobación al opresor. La historia nos lo recuerda: durante el Holocausto, millones murieron no solo por los nazis, sino también porque demasiados guardaron silencio. Callar ante la injusticia es alinearse con el injusto.

El llamado a la defensa

Defender lo que amamos es un instinto dado por Dios. Lo vemos en la naturaleza: la leona defiende a sus cachorros, las aves protegen su nido y cualquier ser vivo lucha por su supervivencia. ¿Acaso vamos a pensar que el ser humano debe ser la única criatura pasiva frente a la amenaza? No. Dios mismo puso en nosotros la necesidad de cuidar la vida, la familia, la tierra y la fe.

Por eso Eclesiastés 3:8 afirma con claridad que “hay tiempo de guerra y tiempo de paz”. No siempre estaremos en calma, y cuando llegue la tormenta debemos estar preparados. Yeshua mismo dijo a sus discípulos: “el que no tenga espada, venda su manto y compre una” (Lucas 22:36). Esto no significa vivir para la violencia, pero sí estar listos para proteger lo que nos ha sido confiado.

Salir a la guerra, entonces, no es solo una realidad física de los pueblos, sino una responsabilidad espiritual y cultural de cada creyente. En la actualidad, las huestes del mal avanzan con leyes que contradicen la verdad, ideologías que quieren redefinir la familia y filosofías que buscan apagar la fe. La pregunta es: ¿vamos a quedarnos de brazos cruzados viendo cómo todo se derrumba?

El verdadero rostro de la guerra

La guerra no es cómoda. Nadie en su sano juicio quiere arriesgar su vida o su bienestar. Pero son precisamente esos momentos de conflicto los que revelan el corazón de las personas. En tiempos de paz, muchos se muestran cercanos, pero en tiempos de dificultad es cuando conocemos quiénes son verdaderamente nuestros amigos y quiénes se convierten en enemigos.

Yeshua habló de una separación final entre el trigo y la cizaña (Mateo 13:30). Ese proceso de selección se da en los momentos de prueba. Así también ocurrió en la historia reciente: en la Alemania nazi, muchos optaron por guardar silencio o unirse a la mayoría para no perder prestigio, mientras unos pocos arriesgaron todo para defender a los perseguidos. La guerra, física o ideológica, nos pone en la encrucijada: ¿del lado de la verdad o del lado de la conveniencia?

Salir del confort

El mensaje de Ki Tetze nos desafía a salir del confort. La fe no es un refugio para aislarnos de los problemas del mundo, sino una fuerza que nos impulsa a enfrentarlos. Hemos caído en una postura peligrosa: la de pensar que todo debe ser paz y amor, y que cualquier confrontación contradice el carácter cristiano. Nada más lejos de la realidad. La paz sin justicia es simplemente sumisión disfrazada.

Hoy más que nunca necesitamos creyentes que asuman su papel en la batalla cultural y espiritual de nuestro tiempo. No se trata de pelear con odio, sino de defender con firmeza lo que Dios nos ha dado: nuestra fe, nuestras familias y nuestros valores. Callar ante las ideologías que buscan destruirlos no es humildad, es cobardía.

Es tiempo de actuar

Estamos en tiempos de definición. Como individuos y como pueblos, enfrentamos guerras que no pedimos, pero que nos han tocado. Negarlas o huir de ellas no las hará desaparecer. El llamado de la Escritura es claro: “Cuando salgas a la guerra…”. Es cuestión de tiempo, llegará ese momento en la vida de cada creyente.

Defender lo nuestro no es un acto de odio, es un acto de amor. Quien ama de verdad no permanece pasivo cuando su familia, su fe o sus valores están bajo ataque. El Dios que es misericordioso también es Dios de los ejércitos. Y el Yeshua que nos enseñó a perdonar también volverá como Juez y Rey, liderando a los ejércitos celestiales (Apocalipsis 19).

Hoy la guerra no siempre se libra con espadas o fusiles, pero sí con ideas, discursos y decisiones. En esa guerra espiritual y cultural estamos llamados a no callar, a no huir, a no rendirnos. Como dijo una mujer de fe cuando le preguntaron qué haría si atacaban a sus hijas: “pelearía como una leona”. Ese es el espíritu que necesitamos: un corazón que lucha por lo que ama.

Salir a la guerra es salir a defender el bien. Y la historia nos juzgará, no por lo que deseamos, sino por lo que hicimos cuando llegó el momento de pelear.

¡Shavua Tov!

REF:
Carolina Aguirre

Soy comunitaria de Yovel y profesora de Benei Mitzvah.