La historia que heredamos y la vida que elegimos

Por Valentina Jaimes

La Torá es la historia de una gran familia que avanza, crece y se transforma con el paso de las generaciones. Ese es el hilo que atraviesa todo el relato bíblico. Pero hay porciones donde esta idea se vuelve más evidente, Toldot es una de ellas.

Toda la Torá, de una manera u otra, nos habla sobre la familia. Es la historia de una gran familia que avanza, crece y se transforma con el paso de las generaciones. Ese es el hilo que atraviesa todo el relato bíblico. Pero hay porciones donde esta idea se vuelve más evidente. Toldot es una de ellas, el énfasis sobre la familia está dado desde el nombre. La palabra Toldot, que suele traducirse como “generaciones”, es la número 8435 del Strong y también significa “historia”, “origen” y “orden”. Y tal vez esa suma de significados es la que mejor describe lo que es una familia: un punto de partida que nos marca, una historia que no escogimos pero que nos dio forma, y un orden interno que vamos buscando mientras crecemos. Es inevitable saltarnos este paso, para construir nuestra vida, primero tenemos que entender y sanar el lugar del que venimos.

Porque la familia, además de ser un espacio de amor, también es donde se siembran nuestras primeras fuerzas y nuestras primeras heridas. Allí recogemos la información emocional que cargaremos durante años. Por eso, el proceso de sanar la historia familiar es un trabajo que nos acompaña toda la vida. Y quizás, por esa razón, Dios nos entregó la Torá: como una guía para hacer ese camino de reconocimiento y reconciliación. Una guía que no idealiza a nadie, que muestra a las familias tal como son: humanas, imperfectas, con tensiones, silencios, errores y aprendizajes.

Toldot abre un espacio para pensar en todo esto: en los hermanos, en el rol de la madre, en la relación padre-hijo, en el lugar de cada miembro dentro del hogar, en las expectativas sobre el primogénito y en el poder de la bendición generacional. Pero dentro de toda esta porción, hay una historia que me llamo la atención, la historia de Isaac, los pozos y la sensación de estar leyendo una historia repetida.

La historia que se repite: Isaac y los pozos de su padre

Cuando uno lee Génesis 26: 1- 33 es difícil ignorar la impresión de que ya hemos visto todo esto antes. Isaac enfrenta circunstancias muy parecidas a las de Abraham en Génesis 21:22- 34 parashá Vaerá. Los dos viven tiempos de hambruna. Los dos van a Guerar. Los dos tienen encuentros tensos con Abimelec. Y los dos llegan a decir la misma mentira por miedo: que su esposa es su hermana.

La Torá señala que la hambruna de los días de Isaac recuerda la que hubo en tiempos de Abraham. Isaac quiere descender a Egipto, igual que su padre lo hizo, pero Dios le dice: “No vayas a Egipto”. Sobre este versículo Rashí explica que Dios le da esta orden a Isaac, porque él era como una ofrenda de ascensión sin defecto, y estar fuera de la Tierra de Israel no era espiritualmente adecuado para él. 

En otras palabras: Isaac no es Abraham. No tiene que vivir exactamente las mismas pruebas para recibir la bendición. Pero sí debe atravesar las suyas. Y, sin embargo, esas pruebas lo llevan de vuelta a su origen, Guerar la tierra donde según el relato bíblico nació Isaac.

Cuando llega a Guerar, Isaac encuentra que los pozos que Abraham había cavado fueron tapados por los filisteos. Aunque formaban parte de su herencia legítima, le correspondió volver a cavarlos, devolverles vida y restaurar los nombres que su padre les había dado. 

Luego, igual que Abraham, tuvo conflictos por los derechos del agua y terminó haciendo un pacto con Abimelec en Beer Sheba, el mismo lugar donde su padre había sellado su alianza. Rashí enfatiza que, aunque el nombre Beer-Sheba literalmente quiere decir “pozo del juramento” o “pozo de siete”, en el relato está escrito que Isaac “subió a Beer-Sheba”, implicando así que fue al lugar que su padre había llamado con este nombre, es decir el mismo sitio. 

De manera que, para recibir la bendición, Isaac tuvo que recorrer los pasos de su padre, corregirlos y, desde ahí, hacer los suyos propios.

¿Por qué repetimos las historias de nuestros padres?

La psicología plantea que parte de sanar la historia familiar consiste en verla con claridad. Tomar conciencia. Ponerle nombre. Hablarla. Pero en muchos contextos, como en la cultura colombiana, existe la costumbre de no hablar de ciertos hechos dolorosos, como lo muestra la película Encanto con su famoso “no se habla de Bruno”. Aun así, hablar es fundamental: conversar con los padres, con los abuelos y sobre todo pedirle a Dios que saque a la luz lo que ha sido callado, para poder sanarlo.

Al comprender lo que vivieron quienes estuvieron antes que nosotros, empezamos a entender por qué somos como somos. Y en ese proceso, podemos separar lo que les pertenece a ellos y lo que nos corresponde asumir a nosotros. Esa es una forma de honrar nuestro origen sin quedar atrapados en él.

Desde la psicología, esto se entiende como la “herencia emocional”: patrones, creencias, guiones inconscientes y modos de reaccionar que no elegimos, pero que terminan moldeando nuestra forma de amar, de confiar, de relacionarnos y de entender el mundo. Y lo más complejo es que esta herencia no siempre se transmite con palabras; muchas veces se transmite con silencios, con lo que no se dice, con lo que no se pudo elaborar en generaciones anteriores. Por eso, sanar es un acto de lealtad profunda hacia lo que pudo haber sido y no fue.

El lugar donde la historia cambia

La repetición no es una condena. La repetición es un lenguaje. Es la forma en que Dios nos muestra qué necesita ser visto, qué pide atención, qué no pudo resolverse en generaciones anteriores.

Isaac vuelve a los pozos de su padre no porque esté atrapado, sino porque ahí es donde se decide si la historia continúa igual o si toma un rumbo distinto. Él no destruye lo que Abraham hizo, tampoco lo idealiza. Lo revisa, lo cava, lo limpia, lo renombra y lo hace suyo, para recibir esa bendición, para cumplir su propósito como leemos en esta porción:

Por eso Isaac se fue a Guerar, donde se encontraba Abimélec, rey de los filisteos. Allí el Señor se apareció y le dijo: «No vayas a Egipto. Quédate en la región de la que te voy a hablar. Vive en ese lugar por un tiempo. Yo estaré contigo y te bendeciré, porque a ti y a tu descendencia daré todas esas tierras. Así confirmaré el juramento que hice a tu padre Abraham. Multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y les daré todas esas tierras. Por medio de tu descendencia todas las naciones de la tierra serán bendecidas, porque Abraham me obedeció y cumplió mis órdenes y mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes».

Psicológicamente, eso es sanar: transformar la herencia emocional en una herencia consciente. La Torá no espera que repitamos la vida de nuestros padres, ni que huyamos de ella. Nos invita a algo más difícil y más valiente: a reconocer dónde empezó nuestra historia, para decidir con libertad dónde queremos que continúe y de esta manera trazar la historia de nuestras futuras toldot.

Shavua Tov!

Soy Valentina Jaimes, miembro de la comunidad Yovel desde su fundación. A los 17 años, durante un voluntariado en Israel con niños kurdos, reafirmé mi amor por Di-s y comprendí que servir a los demás es parte esencial de mi propósito de vida. Esa experiencia me llevó a formarme como enfermera y, más adelante, como Magíster en Salud Pública, orientando mi camino profesional hacia la promoción de la salud y el trabajo con las comunidades. Me apasiona comprender la salud como un fenómeno integral, especialmente desde una perspectiva espiritual y judía, fuente constante de respuestas en mi vida que hoy deseo compartir con los lectores.