KI TISA (כי תשא) EL ENGAÑO DEL BECERRO

“Todos los israelitas se quitaron los aretes de oro que llevaban puestos  y se los llevaron a Aarón, quien los recibió y los fundió; luego cinceló el oro fundido e hizo un ídolo en forma de becerro…” [Shemot/Éxodo 32:3-4]

Un becerro es la cría de una vaca hasta que cumple dos años de edad  (Arce, 1999). Podríamos decir que es a una vaca, lo que un bebé es a un humano. Las vacas y los toros, son mamíferos de la familia taxonómica Bovidae y responden al nombre científico de Bos primigenius (BioLib, 1999-2016). En su condición de mamíferos tienen glándulas mamarias, que producen leche para amamantar a sus crías  (Kardong, 2007) Se dice que el ganado vacuno fue domesticado después de las ovejas y las cabras, éste fue un evento muy importante en la historia de la humanidad y desde sus inicios han sido fuente de provisión de leche y carne para el ser humano  (Kardong, 2007; EL TIEMPO, 2003).

En la cultura y mitología egipcia, la diosa Hathor, la forma más utilizada es la bovina, se representaba como una vaca con cuernos o como una mujer con cuernos de vaca. Ella era la diosa de la alegría y del baile y protectora de los recién nacidos. Asociada a funciones de fertilidad, alimentación y protección (Velasco, 2013).

En el texto citado, de la parashá (Porción) Ki Tisá, el pueblo de Israel acababa de salir de Egipto, y probablemente traían muchas influencias de la idolatría practicada por el pueblo que los oprimió durante tanto tiempo. Sin embargo, el ídolo que finalmente es esculpido, no fue precisamente una vaca sino un becerro. Usualmente, cuando la vaca es aún una becerra, no tiene la posibilidad de quedar preñada, y si lo hace, las crías no serán robustas, puesto que la misma madre no tiene el peso suficiente para llevar una buena preñez (SAGARPA).

Algunas corrientes ortodoxas proponen que en realidad el pueblo de Israel no pretendía imitar las prácticas idolátricas de Egipto  (Simmons, 2010). Pero más allá de sus motivaciones, veo que lo que terminó siendo objeto de su culto y su desenfreno fue un engaño. En Egipto las vacas eran un símbolo de fertilidad, pero el becerro que ellos esculpieron es una vaca que aún no puede dar a luz. Y eso es lo que pasa con la idolatría. Como dice en salmos: “… sus ídolos son de oro y plata, producto de manos humanas. Tienen boca, pero no pueden hablar; ojos, pero no pueden ver; tienen oídos, pero no pueden oír; nariz pero no pueden oler; tienen manos, pero no pueden palpar; pies, pero no pueden andar; ¡ni un solo sonido emite su garganta! Semejantes a ellos son sus hacedores y todos los que confían en ellos” [Tehilim/Salmos 115:4-8].

Cuando cualquier persona, posesión o cargo ocupa el lugar que solo le corresponde al Altísimo en nuestros corazones, al principio tal vez podremos sentirnos a gusto y pensamos que tenemos el control, pero tarde o temprano nos damos cuenta que ninguna de esas cosas era eterna, ni absolutamente confiable, y terminamos defraudados y vacíos, porque solo el Señor es el verdadero Di-s vivo, dueño de todo y quien nos da la verdadera plenitud. Nuestro Amado Mesías Yeshúa (Jesús) nos dice de forma clara, que no pongamos nuestro corazón en los tesoros terrenales que son efímeros, sino que hagamos tesoros en el cielo y nos advierte que nadie puede servir a dos Señores, pues menospreciará al uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Di-s y a las riquezas [Mateo 6:19-24]. Hagamos caso a la voz de nuestro maestro, Yeshúa, recibamos con gratitud los dones del Altísimo, nuestra familia, nuestros empleos, los lugares de privilegio en los que nos ha puesto, pero nunca permitamos que ninguna de esas cosas ocupe el lugar que solo para él está reservado.